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Autorretrato de Durero (Alte Pinakothek)

De Wikipedia, la enciclopedia libre

Autorretrato
(Selbstbildnis)
Año 1500
Autor Alberto Durero
Técnica Óleo sobre tabla
Estilo Renacimiento
Tamaño 67 cm × 49 cm
Localización Alte Pinakothek, Múnich, Alemania Alemania

El Autorretrato de Durero es una obra del pintor alemán Alberto Durero hecha en 1500, cuando tenía 28 años. Se conserva en el Alte Pinakothek de Múnich. Aunque existen otros autorretratos, el más famoso de ellos el que se conserva en el Museo del Prado de Madrid de 1498, (Autorretrato de Durero (Prado)). Mide 67 cm de alto por 49 cm de ancho. También se le conoce como Autorretrato con traje de piel.[1]

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  • Obras comentadas: Autorretrato, Alberto Durero, (1498), por Cristina Iglesias
  • Llanto sobre Cristo muerto de Durero
  • El autorretrato y la figura del artista | | UPV

Transcription

La verdad es que el formato pequeño, es un formato que me gusta mucho porque me parece que, cuando hay una obra tan importante como ésta, tiene una fuerza que hace que te acerques, que haya esa proximidad en la mirada. Y cuando se encuentra cerca, al espectador se le abre una puerta a la psique de ese personaje, que en este caso es además el pintor. Durero es el pintor por excelencia del renacimiento alemán, nació en Núremberg y este cuadro, este autorretrato suyo, maravilloso, lo pintó en 1498. Tiene una frase en el alféizar de la ventana, que dice: “1498, lo pinté según mi figura. Tenía yo veintiséis años Albrecht Dürer”. Es una declaración de principios de su maestría sobre todo que es descomunal. Lo pintó, como decía, en 1498 a su vuelta del primer viaje que hace a Italia, que fue muy importante para él y se pinta como un “gentiluomo”: un caballero distinguido, con ropas muy caras, muy bonitas, ropas claras. Es una declaración también de principios, de dignificar el status de artista por encima del de artesano. Él era un gran artesano además de grandísimo artista y por ejemplo en sus manos que están en ese primer plano que son fascinantes, lleva unos guantes de cabritilla que era un material que era muy caro y solo lo llevaban los caballeros distinguidos, pero también cumple el papel de esconder esas manos que probablemente estarían trabajadas con los buriles en las planchas de cobre, en las planchas de madera que utilizaba para sus grabados, ya que era un gran grabador. El cuadro además lo pinta en un momento temprano, muy importante de su carrera. Ese mismo año publica un libro sobre el apocalipsis, con 15 grabados magistrales que también muestran una vez más una capacidad técnica impresionante. Por ejemplo en la colección Albertina de Viena, se puede ver el primer autorretrato de Durero que está hecho a punta de plata, que es una técnica que no puedes corregir, con lo que también nos vuelve a hablar de su maestría. En este cuadro hay una consciencia absoluta de su posición y de cómo quiere presentarse al mundo. Esto queda claro además de por su actitud, por su mirada: es muy notable cómo enfrenta por un lado la delicadeza de su rostro, del cabello, con una mirada penetrante, una mirada que te llama. Da la sensación que un ojo mira al espectador y el otro controla la escenografía que él mismo ha construido. Es todo un juego muy completo, muy complejo que es fascinante. Al mismo tiempo que se presenta, quiere dignificar ese papel de artista. En Italia ya, un pintor se consideraba un miembro de las artes liberales y al volver de Italia, quiere reivindicarlo en Alemania. Al mismo tiempo, como digo, es un ejercicio todo el cuadro para enseñar sus dotes pictóricas. Es notable también la estructura del cuadro, que es esa “L” de composición. La estructura compositiva del autorretrato, cómo está presente mirando hacia la derecha, con ese brazo y las manos en primer plano. Y detrás tenemos también el alféizar de la ventana en forma de “L” con la verticalidad propia de la Italia de esa época, construyendo ese “afuera”, ese paisaje delicado también del renacimiento italiano. Él también dibujaba, dibujaba mucho en sus viajes por el sur del Tirol y por Italia. Me parece también muy interesante que tenga esa capacidad performativa de construir el mensaje de una manera tan consciente: de saberse en este lado y en el otro. Y de manipular al espectador a su antojo, pero de una manera tan refinada y tan sabia. Creo que ha habido artistas después que han trabajado esa idea de la mirada y la han tratado desde diferentes ángulos. Esa mirada que construye una complejidad en el cuadro. En la actualidad Thomas Struth, que es un artista alemán que expuso aquí en el Prado, tiene una serie sobre los museos en los que trabaja cómo el espectador mira obras de arte emblemáticas en diferentes museos del mundo. Se retrató a sí mismo, de espaldas a la cámara, mirando un “Autorretrato” de Durero que no es éste, sino que es el que está en la Alte Pinakothek de Munich, en la que Durero se presenta como un “Ecce homo” y Struth lo mira. Mira y es mirado. Lo coloca aquí, en el Prado, en una exposición que se hizo en la transición, antes de abrir la ampliación (2007), y reflexionando sobre esa idea del mirar, lo colocó al lado de este “Autorretrato” de Durero en el Prado.

Descripción

Esta obra fue realizada en 1498, cuando Durero tenía 28 años, como figura en la inscripción a la parte derecha superior del cuadro.[1]​ Sin embargo, este hombre que vemos aquí parece mayor. Se le ve frontalmente, vestido de pelliza, con largos cabellos y una expresión seria y serena, recordando un «Ecce homo». Si alguien que lo viese no supiera que es un autorretrato de Durero, pensaría que es Cristo, con los cabellos dorados enmarcando un rostro alargado y sereno, recordando la iconografía de Jesucristo.

Las facciones, la cara, pero sobre todo la mirada son cautivadoramente profundas. Son ojos verdes que están un poco hundidos, con la mirada «sincera, noble y honesta».[1]​ Muy pocos cuadros han llegado a transmitir tal efecto y Durero lo ha logrado con su propio rostro.

Primero, está el fondo oscuro que da un efecto de silencio. Todo parece quietud. La cara de Durero sobresale dramáticamente. Todo, desde su cabello dorado hasta sus manos son calma. Está vestido con una bata color café, de terciopelo y lana la cual ya está muy usada y rota como se puede ver en el brazo derecho, del cual se deja ver una parte del traje que Durero porta en el autorretrato de 1493.

Su mano acaricia la bata con suavidad y él solo nos ve a nosotros. La luz es poca, pero llega del lado izquierdo del cuadro y es el único foco que alumbra la escena. Esta postura de la mano tocando el pecho recuerda igualmente a las representaciones de Cristo, reflejando a un tiempo la bondad del artista.[1]

El detalle es sorprendente. Nuevamente, Durero trabaja arduamente en su cabello del cual está obsesionado y le confiere todo el realismo y detallismo que le es posible. La minuciosidad en el tratamiento del cabello es típica de Durero.[1]

Este cuadro

Es más inquietante y su misterio no se aclarará probablemente jamás. Durero se representa frontalmente como una especie de Cristo surgido de las tinieblas, en un despojamiento monumental, con largas tranzas doradas que provocaban el sarcasmo de los venecianos. ¿Identificación del genio del artista con el genio creador divino, profesión de fe en el clasicismo del Renacimiento, monumento idealizado de su propia gloria? El problema sigue sin ser resuelto. B. Zumthor


Otros autorretratos

Referencias

  • Zumthor, B., «Durero», en el Diccionario Larousse de la Pintura, Planeta-Agostini, 1987. ISBN 84-395-0649-X

Notas

  1. a b c d e L. Cirlot (dir.), Alte Pinakothek, Col. «Museos del Mundo», Tomo 21, Espasa, 2007. ISBN 978-84-674-3825-3, págs. 38-39
Esta página se editó por última vez el 25 ene 2024 a las 17:44.
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